viernes, 30 de noviembre de 2012


EMIGRACIÓN E INMIGRACIÓN
 
UNA MONEDA CON DOS CARAS DISTINTAS

Por Omar Rubio Alvarez
Licenciado en Literatura y Lengua Española
 
¨Hay algo de buque naúfrago en toda casa extranjera¨ = José Martí.
¨Cual ave que se va de su nido, tal es el hombre que se va de su lugar” = Prov. 27-8.

El afán de conquistar nuevos territorios por meras motivaciones geopolíticas, ha sido el origen de casi todas las guerras. La aventura del hombre que no se cansa de buscar la tierra de promisión, los estallidos sociales que se producen porque la igualdad sigue siendo una utopía, la caprichosa y generalmente injusta repartición de las riquezas, la intolerancia secular por razones religiosas, filosóficas o políticas, la destrucción del entorno ambiental que a largo plazo trae consigo ruina y pobreza; han propiciado, a través de la niebla de los siglos, que oleadas de pueblos, razas y lenguas hayan tenido que desplazarse hacia nuevo horizontes, en su insaciable anhelo de vivir pacífica y holgadamente. A este complejo proceso se le denomina emigración, un problema creado por el hombre.

Éxodo es el segundo libro de la Biblia donde se registra la sagrada palabra de Dios, que significa salida, partida. Narra los pormenores acerca de la reunificación y traslado a Israel del pueblo hebreo que durante varios siglos había permanecido en Egipto. La divina responsabilidad de entronizarlo en la Tierra Prometida recayó en Moisés, patriarca, profeta y guía de su pueblo, quien además era un brillante escritor. Fue educado por sacerdotes y hombres sabios de Egipto.
 
Estos acontecimientos ocurrieron 15 siglos antes del nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo. Citamos este ejemplo para puntualizar que la emigración es un fenómeno que afecta a la humanidad desde las más remotas edades. La nación judía yace dispersa desde hace dos milenios por todos los confines de la tierra. Ellos designan como diáspora semejante calamidad, fruto natural de sus rebeliones para con Dios, aunque no olvidemos que fue, es y será siempre su pueblo elegido por adopción. En 1948, bajo el auspicio de Gran Bretaña y otras naciones de Occidente (casi 2,000 años después de haber crucificado a su Salvador) se les devuelve parte de su patria.

Con el derrumbe del Bloque Soviético en 1992, a decenas de miles de judíos se les permitió regresar a su tierra materna desde ese gigantesco país, que no les permitió su reincersión durante 70 años.

Un proceso diametralmente opuesto se debe atribuír a la nación norteamericana, cuya urdimbre demográfica se ha entretejido a través de los últimos tres siglos de su joven historia con paulatinas oleadas de inmigrantes procedentes de todos los confines de la tierra.

Una de sus ciudades más populosas es Nueva York, con más de 20 millones de habitantes. Se trata de la ciudad cosmopolita por excelencia, tanto que es un chiste yanki el que cito a continuación: Un norteamericano le dice a otro “si quieres ver chinos, latinos, judíos, alemanes, griegos, italianos o negros, no tienes que viajar a sus países de origen, ve a Nueva York, y el otro le pregunta: ¿...y norteamericanos?. Bien y tú, de turistas, porque allí apenas quedan”.

Sin embargo, a ello deben en buena y rebosante medida ser los punteros de la ciencia, el arte y la economía mundial. El pueblo emisor de emigrantes pierde a corto, mediano y largo plazo. La nación receptora de emigrantes siempre gana, porque se apropia, como caídos del cielo por venturoso azar de millones de hombres y mujeres con sus dones y talentos providenciales, de su experiencia creativa acumulada durante decenas de generaciones.

De los chinos y asiáticos, su proverbial consagración al trabajo, el ahorro de capital, la modestia y sencillez con que suelen vivir. De los latinos, el ansia de abrirse paso, su amor a la familia y su sentido de la dignidad. De los judíos, su increíble disposición natural para triunfar y crecer en cualquier sistema, su inquebrantable cohesión. De los italianos, la sagrada unidad de la familia, su fervorosa religiosidad y su exquisita cocina. De los negros, su pujanza y energía insólita, su optimismo que se cristaliza en una eterna sonrisa que contagió a norteamérica, su proclividad hacia el arte musical y los deportes.

En relación con nuestra patria, nosotros nunca fuimos un pueblo de emigrantes, sino todo lo contrario, como se demostrará más adelante. Sin embargo, los zigzagueantes y masivos éxodos de las últimas décadas han servido para desangrar la Nación Cubana.

La Iglesia Católica, siempre alerta a las condiciones temporales del hombre, que es el centro de todos los fenómenos terrenales, a través de sus misas, cartas pastorales y homílias ha implorado a los hijos de la Nación Cubana que no abandonen su suelo, que la patria ha menester de su poderosa energía creativa, porque ellos son los constructores del futuro tanto como del presente y con profundo pesar se pregunta, sin acusar a nadie: ¿Por qué el cubano se va de su tierra siendo tradicionalmente tan casero?.

En vísperas de 1959 residían de manera permanente en Cuba 159,327 extranjeros procedentes de 73 países. Alrededor de 60,000 cubanos habían tomado el camino del exilio por esa fecha. Actualmente más de un millón 500,000 cubanos viven en el exterior, fundamentalmente en Estados Unidos y países tan remotos como Australia y Chile. Desconocemos la cantidad de inmigrantes en Cuba en estos momentos, no he encontrado bibliografía al respecto. Solamente puedo afirmar que de aquella inmensa colonia de extranjeros residentes en el Municipio de Los Palacios, conformada por chinos, árabes, jamaiquinos, haitianos, italianos, americanos y españoles, solamente queda el recuerdo.

De las 73 naciones que aportaron esa abultada cifra de inmigrantes a Cuba, mencionaremos unos pocos.

Alemania 309, Canadá 272, EE.UU. 6,503, Italia 1,036, Japón 274, Francia 886, Polonia 536, Suiza 101, Inglaterra 14,421 (incluye a Jamaica), Holanda 668, China 11,834, España 74,561, Haití 27,543, Palestina 916, Siria 932, México 1,242 y Filipina 1,153.

CONCLUSIONES:

En 1869, el joven estudiante de bachillerato, José Julián Martí y Pérez, quien posteriormente sería uno de los más ilustres masones de Hispanoamérica, se le destierra a vivir en España. En la década de 1880 retornó al amado suelo patria y nuevamente es expulsado.

En 1895 decide morir o vivir en libertad, pero quiso la providencia que aquel luminoso hombre cayera sin disparar un solitario tiro contra sus semejantes. En su desmayado, flaco y pobre cuerpo había muy poco de que apropiarse. El General Ximénez de Sandoval, por ironías del destino masón también, tuvo la gran dignidad de entregar al legado histórico cubano la sortija de hierro, que al héroe siempre acompañaba, con una inscripción: CUBA. Vivió errante y herido moralmente sin su Cuba, a pesar de haber sido el periodista latino más cotizado en Estados Unidos.

 En 1837, en pleno apogeo colonial, una joven poetisa, nombrada Gertrudis Gómez de Avellaneda, se vio impulsada por sus padres, un alto oficial de la marina española y una bella camagüeyana, a decir adiós a su natal Puerto Príncipe, para residir en España de por vida.

Mientras el velero donde fue embarcada se alejaba de nuestras costas, y sus trigueños ojos apenas percibían las límpidas playas de quietas y translucidas aguas, con el trasfondo del palmar verde arcoiris de risueña cubanía, fue penetrada su alma por mórbida tristeza. Entonces escribió su famoso soneto “Al Partir”, cuyos dos versos finales tengo la plena convicción simbolizan la clave para comprender el desgarramiento emotivo que sienten los corazones de quienes involuntariamente se despiden de su patria:

Hermosa Cuba
Doquier que el hado en su furor
me impele
Tu dulce nombre halagará
mi vida.