domingo, 18 de octubre de 2009

SOY PALACEÑO
Por Osvaldo Gotera Perugorría













Soy Palaceño, de Los Palacios, P. Río, Cuba.
Del Los Palacios, que vivimos. Del que aprendimos a querer.
Al que recordamos y que jamás olvidaremos.

¿Qué es ser Palaceño?
O mejor dicho. ¿Qué otra cosa podíamos ser?

Soy Palaceño, de Los Palacios, P. Río, Cuba.
Para algunos esto acaso no es mucho,
pero para mi yo íntimo le basta y le sobra.

Soy Palaceño, de Los Palacios, P. Río, Cuba.
Podía ser de Sta. Cruz de Los Pinos =San Cristóbal (donde nacimos); de Candelaria;
de Consolación del Sur, o de La Habana (la Gran Ciudad), desde donde
muchos pretenden venir, pero eso sería ser artificial, hijo del papel y la tinta,
que no cuadra a mi manera de ser.

Soy Palaceño integral, de las buenas y las malas,
de las verdes y de las maduras.

Soy Palaceño, de Los Palacios, P. Río, Cuba.
Tengo un escudo y un mapa. No es mucho.
Pero todo es nuestro.

Y tengo sobre todo, una historia llena de nombres, hechos y lugares.
De recuerdos. Tenemos nuestra historia hecha con nuestros esfuerzos.
Con errores. Con aciertos.
Pero es nuestra historia.

Somos Palaceños, de Los Palacios, P. Río, Cuba,
de café negro, de tabaco,
caña y arroz, de música y ron.
De bailes en los Círculos Sociales,
de la procesión del Santo Patrono,
de las Verbenas del mes de Mayo,
de la Playa Dayaniguas.

Soy Palaceño, de Los Palacios, P. Río, Cuba,
de hablar a gritos,
de jugar a la pelota con mis amigos blancos y negros;
de admirar a las bellas palaceñas;
de caminar por el Paseo de la Calle Antonio Maceo;
de ir a la Estación del Ferrocarril,
para esperar la llegada del tren de las nueve;
de asistir a las sesiones de la Logia “Montecristi”;
de conocer las logias fraternales e iglesias.


De contar con la amistad de Agustín Gato,
del Hermano Masón Buenaventura Calderón,
y de la querida Robustiana y su tacita de café.

Soy Palaceño, de Los Palacios, P. Río, Cuba.
Del Central La Francia (Fotografía: Nelson Fernández),
del Molino Arrocero,
de Paso Real de San Diego; de Rancho Mundito;
de Bacunagua; del Barrio Guano y de los
Reparto Norton y Nueva Era.



No soy un ciudadano, soy una pasión que camina.
Y cuando enfrento a la realidad de mi vida,
que es la lejanía del pequeño y querido terruño, me transformo.
Por eso muchas personas no me entienden.
¿Cómo van a entender que quien tenga casi todo, pida más?
Y es que esos no saben que ese todo reluciente,
adquirido en tierra prestada, a la que mucho agradecemos, y
bajo sol ajeno, no puede curar una enfermedad fatal
que se llama ¡NOSTALGIA!

Dicen que lo que se quiere, cuando se pierde,
se vuelve más amado todavía.

¿Qué era Los Palacios, P. del Río, Cuba?
Pintoresco lugar, desde donde se puede apreciar
la majestuosa y sin igual belleza de la
Sierra de los Órganos y sus típicos paisajes
vueltabajeros como la hacienda “San José de Sumidero”.

Sus campos, vegas y palmas.
No necesitamos ver estas cosas y no las echamos de menos
y saben por qué: Porque las llevamos dentro.

Así, dentro del alma, cargamos a Los Palacios por
todas partes, como un escudo para defendernos de un siniestro.
Con la historia de nuestro querido Los Palacios, vamos
por el mundo, hablando de este querido pedazo de tierra.

Muchos dicen que estamos “locos”, que necesitamos
ayuda profesional. ¡Pues claro que lo estamos!
¿Quién no va a estar loco, si obtiene una herencia
familiar y le roban el testamento?

Los libros que allá no leíamos, los hemos leído ahora aquí.
Los cuadros que allá no mirábamos, los miramos ahora aquí.
La historia que allá no conocíamos, la hemos aprendido ahora aquí.


No vivimos en una casa, ni en un apartamento,
vivímos en un baúl de recuerdos.
Cada vez que destapamos el baúl y encontramos
una fotografía gastada, sufrimos una herida.

Cada palabra criolla que habíamos olvidado
y se redescubre, se transforma en un amuleto
con el que defendemos nuestra autenticidad.

Para nosotros, ser Palaceño es una prueba amarga.
En el destierro, la prosperidad material y la
indiferencia del extraño ante nuestro drama,
nos hacen un solitario.

Nadie nos entiende. Nadie respeta nuestra vigilia,
en espera de que amanezca.
Hasta unos pocos miembros de la familia.
Algunos nos piden que olvidemos,
que nos adaptemos, que hagamos como los
refugiados del mundo: iniciar una nueva vida.

¿Se puede seriamente iniciar una nueva vida?
¿Dónde comenzaremos nuestras nuevas raíces en esa nueva vida?

¿En el 4 de julio americano?
¿En La Independencia Española?
¿En una novela de ficción?

No. La historia de un pueblo
no puede ser una invención diaria, llena de lo artificio de lo prestado.
La historia de un pueblo es la continuidad, lo vivido.

Sobre el suelo querido, el palaceño ha sido de todo:
matemático, jugador de pelota, jugador de gallos, bailador,
cantador de puntos guajiros, profesional, político, rumbero y profesor.

Luis Fúster, con sus visitas a nuestros hogares, es el Palaceño nuestro.
Lencho el cocinero, es el palaceño nuestro.

Lucho y su filarmónica, es el palaceño nuestro. José María el cocinero,
es el palaceño nuestro. El Dr. Lucilo Díaz, el Dr. Valverde,
Higinio Alvarez, Ramón Alonso, el palaceño-español. La Doctora Roselia.

Los días primeros del año es Los Palacios; los 6 Colegios, Fotografía: Archivo (OGEPE),
es Los Palacios.
Nuestra boda con la querida Hilda.
El nacimiento de nuestro querido hijo Osvaldo Lázaro es Los Palacios,
asi como su trayectoria en la educación local.



El Puente sobre el Río Los Palacios y las crecidas del río.
La Ceibita. Del Estadio Cor. Rosendo Collazo.
El Molino Arrocero, y el trasbordador de caña.
¿Se puede olvidar todo eso, porque el anfitrión sea generoso
y la mesa esté bien servida?

Pero Los Palacios está allí, esperando por los hijos dispersos,
simbolizados por este palaceño.

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