sábado, 13 de marzo de 2010

Los Piropos en el Paseo de Los Palacios

Por Daniel Márquez Arencibia

Dicen que "recordar es volver a vivir". Lástima que, a pesar de los recuerdos, nosotros no somos los mismos, pues la vida es efímera. Esto lo comprendemos cuando llegamos a cierta edad. aunque ahora, con el pelo encanecido, y con el rostro y la frente surcados por las primeras arrugas, pero cargando en nuestro intelecto un cúmulo mayor de experiencias, por los años vividos, que si sabemos transmitírselos a los más jóvenes, seremos verdaderos maestros.



Allá por los primeros años de la década de los años sesenta, la llamada "pro-digiosa" en la música pop-rock, la juventud palaceña los sábados y domingos, esto era religioso, nos dábamos cita en la espaciosa calle principal de nuestro querido pueblo, Calle 23 (antes Calle Antonio Maceo). Avenida con reluciente y hermoso paseo en el centro y ambas orillas, con su exquisito alumbrado por farolas colocadas a 30 o 40 metros una de la otra, abriendo sus alas y en cada estremos de éstas un potente foco de neón para romper las penumbras de la noche convirtiéndola en claridad artificial.

Extendiéndose este paseo desde la Esquina de Bárcenas, con el agradable y placentero bullicio musical de las victrolas existentes, hasta un poco más allá de la Iglesia Católica y la antigua bodega de Asunción Hernández. Fotografías de Luis J. Puentes (Pilingo), Angel González y ARCHIVO (OGEPE).

Los jóvenes se reunían en pequeños corrillos de acuerdo a su afinidad, desde frente a la antigua Farmacia Lamelas, pasando por frente a la antigua Casa Pepe, el antiguo Almacén, la antigua ferretería La Revoltosa, la antigua tienda El Paraíso y hasta la antigua tienda El NuevEncanto. En los portales de estos comercios, charlábamos y jaranéabamos mientras esperábamos ver pasar a la muchacha que nos hacia suspirar por su atractiva figura hermosa y bien formada.



Las jóvenes se dedicaban a pasear en pequeños grupos de dos o tres muchachas que iban desde el frente del antiguo cine Liceo, cuyo propietario era en ese entones el distinguido fígaro Ciriaco Ramírez, hasta donde se encontraba la antigua relojería Tatín o un poquito más allá. Llegaban hasta ahí y volvían a virar en ese ir y venir, siempre por la senda norte de la avenida. Al pasar las doncellas los muchachos se separaban de su grupo para acercarse a la elegida, como el torero que se acerca al toro para darle un vistoso pase. Así, el joven palaceño de aquella época dejaba salir de sus nerviosos labios un ensayado y elegante piropo:

***"Niña, -decía él- en tu casa no gastan luz eléctrica, ¿verdad?"

***¿Por qué, pregunta ella. A lo que el joven responde, -"porque tus ojos alumbran".

U OTRO COMO...

***Bienaventurada sea tu mamacita. ¿Por qué? -pregunta ella-. A lo que el mancebo responde:"Porque en su vientre se engendró tamaña hermosura".

TAMBIÉN ESTE OTRO...

***Reina: ¿Desea usted un paje que la acompañe?

Si la muchacha le decía que si, al joven no le quedaba otra alternativa que incorporarse al grupo de las féminas y acompañarlas en su ir y venir. Cómo es lógico este piropo, sólo lo utilizaban aquellos que eran muy conversadores, que sabían como mantener una animada charla con las jóvenes y así parecer más agradable a la pretendida. Ella, después de oído el piropo, seguía del brazo de sus amigas, sonriendo maliciosamente como sólo la mujer sabe hacerlo, porque es un don que Dios le dio para cautivar el alma y el corazón de los hombres.

Muchos de estos jóvenes, para prepararse y poder enfrentar a la muchacha amada, iban a la librería y otro establecimiento a comprar unos pequeños folletos, donde venían impresos diferentes tipos de piropos ¡Para escoger!. ¿Su muchacha era rubia, alta o bajita, trigueña o delgada?. No importaba. Ahí venían piropos para cualquier tipo de mujer. Sólo había que aprenderlos, prepararse y esperar a que llegara el fin de semana, salir para el pueblo y cuando la bella muchacha pasara a tu lado y luchando contra el nerviosismo...zas, allá va eso. Siempre con mucho respeto, como corresponde a un verdadero caballero, y es que en esa época los jóvenes lo eran, imitaban así a sus padres, hermanos mayores, tíos. ¡La sociedad así lo exigía!.

Ya estaba dado el primer paso, ahora faltaba el segundo. ¡La declaración amorosa!. Tremendo probleme decirle que te gusta, que la amas, que estás perdidamente enamorado de ella. ¡Ah! Para eso servía también el mismo folletico de piropos que habías comprado, porque éste, además traía escrito cartas amorosas de distintos tipos: para declararle nuestro amor a una jujer, para citarla a algún lugar, para felicitarla en el día de su cumpleaños, en fin para toda ocasión, incluso hasta para romper una relación amorosa de la forma más elegante posible. Para muchos estos pequeños libros eran "cursis", pero ¡como resolvieron en su momento a aquellas personas que tenían bajo nivel cultural o poco desarrollo de la expresión oral!. ¡Cómo resolvieron!. Muchos se aprendieron de memoria estas cartas y así hicieron su declaración amorosa y conquistaron a su prenda adorada, a la muchacha de sus sueños, en fin a la mujer que se convertiría en la compañera de su vida.

Hoy, lamentablmente, con cuanto dolor vemos que se ha ido perdiendo esa sana costumbre. Ya los muchachos y muchachas apenas salen a pasear por la calle principal de mi pueblo y lo que es peor; ese piropo lindo, caballeroso, ingenioso y galante ha sido sustituido por términos y palabras groseras, soeces y de mal gusto que no se corresponden en modo alguno con el nivel cultural que ellos poseen. ¡Cuánto podemos aprender del pasado, teniendo en cuenta las potencialidades del presente!. Potencialidad que es inherente al desarrollo cultural de la humanidad.

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